Tenía sus escapes. Cuando se apestaba de todo subía el árbol, saltaba a alguna de las nubes cercanas, y luego saltaba a otras y así seguía saltando y escalando el cielo nube por nube, hasta que llegaba a alguna lo suficiente mullida o de su agrado. Se acostaba y miraba el cielo “El cielo desde una nube” pensaba. Allá arriba a veces construía castillos con trozos de nubes, luego miraba como el viento se los llevaba. A veces simplemente se quedaba mirando desde la orilla de la nube hacia abajo, la ciudad, las calles las personas, los autos y como todo se movía en diminuto. Otras veces sólo estaba un rato y luego bajaba saltando las mismas nubes por las que había subido. Nunca entendió a las personas que le decían que eso no era posible.
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