domingo, 22 de marzo de 2015

El viejo y el río

Solía decirle a la gente "el rio es peligroso, es malo". Cuando niño lo intentó cruzar, se fracturó algunos huesos y casi se ahoga. No entendía cómo los jóvenes lo cruzaban tan despreocupados, los irresponsables padres que autorizaban a sus hijos a ir del otro lado, el riesgo era tan alto. Mucha gente le había dicho que ya no era así, que el caudal había bajado y que a pesar de las piedras, con cuidado se podía cruzar, que al otro lado era bonito, que se pasaba bien. Todo eso para el no era cierto. Así se hizo viejo echándole la culpa al río de sus desgracias.

Un día su nieto le preguntó: "Abuelito, porqué no cruzas el río". Le iba a decir lo mismo de siempre, que el río era malo y todos los peligros, cuando se quedó mirando los ojos de su nieto, se vio a si mismo en ellos y un par de lágrimas le resbalaron las mejillas. "Porque le tengo miedo". "Abuelito... no le tengas miedo... el río es buenito".

Esa noche era tibia, había luna llena y se fue a mirar el río solo, pasó horas mirando las aguas negras chocando amenazantes contra las piedras y soltando destellos de luz blanca reflejada de la luna. De repente, entre cansancio y sueño sintió una invitación, era como si el río de le susurrara.... "Ven... pon tus pies en mi". Se quitó los zapatos, se sentó en una piedra de la orilla y puso sus pies en el agua, se sentía fresca y viva, las ondulaciones le acariciaban los tobillos, muy distinto a la amenaza que persistía en su memoria. Sintió otra invitación, como si el murmullo del río le susurrara otra frase ahora: “Ven... crúzame”. La luz de la luna lo iluminaba todo, el cruce no se veía peligroso ahora y sintió cierta confianza. Afirmó ambos pies en el suelo pedregoso del río y se puso de pie. Ahora ya viejo le costaba caminar, sin embargo se sentía lleno de emoción y eso le daba energía y le hacía sentirse liviano como una pluma. Dió un paso corto y enterró su pie entre algunas piedras, la corriente era muy suave en la orilla y aquí era fácil apoyarse en un pie para dar el siguiente paso, sabía que más avanzado la corriente se pondría más fuerte y eso le daba miedo y ansiedad, pero seguía escuchando el murmullo del río que le decía “Ven... crúzame” y eso le calmaba. Siguió dando pasos lentos, uno tras otro, no daba otro paso hasta que sentía el pie bien asegurado entre las piedras, ocasionalmente se agachaba para afirmarse de las piedras más grandes que sobresalían del agua. Así siguió, un paso tras otro, sólo daba el siguiente cuando se sentía seguro, el tiempo transcurría lento y podía ver cómo la luna iba cambiando de posición en el cielo. Cuando llevaba la mitad del camino hacia la otra orilla sintió la corriente más rápida y empujando más su cuerpo, el agua le pasaba las rodillas y si no se mantenía firme el empuje del río era suficiente para tumbarlo, le volvieron los temores de niño, “¡te vas a caer!¡te vas a quebrar!” le dijo su mente, pero por otro lado el río le seguía murmurando suavemente “Crúzame”, se detuvo, respiró, se calmó y siguió. Aún había muchas piedras de donde afirmarse, aún podía poner sus pies enterrándolos en un lugar firme. Respirando y calmándose comenzó a sentir el flujo del río, sintió como el río rodeaba sus pantorrillas y seguía su curso... “No me está empujando” pensó “Se está haciendo a un lado”. Siguió dando lentos pasos, uno tras otro, sólo cuando sentía el pie bien firme daba el siguiente, comenzó a sentir cuando el agua ya no empujaba tanto, ya todo era más fácil y sentía el flujo del río, como si le acariciara sus piernas. Así llego al otro lado, exhausto, pero feliz. Miró a la luna y se había movido mucho, miró al río y sintió que le sonreía. Tan cansado estaba que se acomodó entre las piedras y se durmió mirando al sonriente río que le cantaba en su murmullo “Bien... bien”.

Despertó con el sol en la cara, escuchando gritos que decían su nombre. Reconoció la voz de su hijo y su nieto, junto con otras voces de amigos de su hijo. Se sentó y levantó un brazo, del otro lado del río alguien lo vió y se gritaron entre sí. Corrieron a la orilla, se quitaron los zapatos y cruzaron para llegar donde estaba. El primero en llegar fue su nieto, se lanzó a abrazarlo, su hijo un poco más atrás cambiaba su rostro de preocupación a alivio, mientras su nieto le decía: “¡Abuelito eres el mejor! ¡Cruzaste el río!”